23.1.11

El roce también hace daño.






¿Qué quieres que te diga? Si me acerco me empujas y si me voy me retienes. Que ya ni me acuerdo del sonido de tus buenos días ni del sabor del café de tus ojos. Que ya no sé como podría hacerte reír como antes, cuando me cogías como una princesa para llevarme a cualquier sitio contigo, porque era la mejor forma de evadirse de la realidad. Cuando tenía todo el tiempo del mundo para enterrarme en tu piel y tenía toda la suavidad de la seda en tus manos. Que ya no te encuentro si te miro, que tus ojos se han apagado, y que los míos ya no saben hacia donde mirar. 






17.1.11

La dulce y amarga rutina que me había dejado.


Echaba tanto de menos tenerla cerca que mi mente empezó a inventarse nuevos momentos. Como si nada de lo anterior hubiera pasado, que entraba otra vez por esa puerta y el mundo comenzaba a girar alrededor de los colores de su pelo. Amaba cuando conseguía romper cualquier rutina o tradición, que los regalos no tenían por qué darse en Navidad y que podía sorprenderme siempre que quisiera, le gustaba ser atípica. Le gustaba ser ella y a mí me gustaba ella. Seguía  desayunando sus tostadas con mantequilla y azúcar, pero ella seguía sin estar ahí.

No estaba seguro de si habían pasado días, semanas o incluso meses, el estar sin ella se hacía eterno.

 Trataba de acordarme de todos los momentos, evitando el día que se marchó. Que ni si quiera pude mirarla con profundidad, que tan sólo recuerdo su pelo cobrizo salir por la puerta, pero volvería, al menos eso quería creer.


¿Que por qué? ¿Por qué me gusta perderme en el pasado? Porque es así como era yo, como era ella, como yo la recuerdo, como me gusta recordarla y como me gusta recordarme.

Y al mismo tiempo, puedo fingir que ya no pienso en ella, que las luces de la ciudad ya no me recuerdan a sus ojos y que los atardeceres no son del color de su pelo, que los autobuses no son las veces que fui a verla y las veces que la esperé.
Puedo meterme en los recovecos de otros lugares sin que mis sentimientos intervengan. ¿Sabes por qué? Porque mis sentimientos todavía son suyos… todavía

11.1.11

Entre suspiros...




A ella nunca le gustaron las cosas fáciles, nunca le gustó lo simple. El hecho de que yo lo fuera ya la alteraba. No, a ella no le iban esas cosas.

Tenía esa estúpida manía de querer profundizar en todo, cada vez que me miraba sentía que me estaba analizando.

Para ella era mucho más divertido desesperarme por rozar sus amargos, al igual que dulces, labios, emborracharme con su saliva y drogarme con su boca inyectándome un poco más de su veneno.  Le gustaba mirarme con sus ojos felinos y meterme en su juego de sábanas. Por ello me volvía jodidamente loco el sonido de su risa al ver que me frustraba el hecho de no poder arrancarle la piel a mordiscos y fundirla sobre mí. Y tenía que apresarla con mis brazos para que no se escapara. 
Ella prefería ofuscarme por  saber quién era y creo que nunca llegué a conocerla, pero si a desearla, mucho, muchísimo

6.1.11

Gabrielle



Digamos que Gabrielle tenía muchas posibilidades donde escoger y que esta vez había sido impulsiva. 
El cielo se encontraba grisáceo, y no había pájaros que lo colorearan. El pronóstico del tiempo seguía siendo frío y sus manos seguían estando igual de heladas. 
Lo echaba de menos, echaba de menos sus ganas de enterrarse bajo las sábanas, fingir que dormía y así poder hacerle cosquillas hasta que su sistema nervioso no pudiera más. Echaba de menos el mapa que el había dibujado en su espalda, descubriendo todos sus puntos claves. Y echaba de menos arrancarle cada minuto de su tiempo antes de que se fuera. 
Porque Gabrielle sabía que él tenía otra vida, y para ella, su vida era él.
Iban a encontrarse, después de unas semanas interminables de ausencia.
Pero Gabrielle no se sentía con ganas de entregarle todos sus sentidos, se subió a otro tren.
Para largarse.

1.1.11

Amélie



Amélie conoce a dos hombres.

El primero la reconforta, la llena de tranquilidad, le muestra todos los rincones de su corazón, las pequeñas cosas que le gusta hacer, inventa una rutina diaria que consiste en regalarle cada minuto de su vida, hace que Amélie se olvide de lo insegura que ella es,  le da todo, sin condiciones. ¿Pero ella? Amélie se lo pasa bien, pero su corazón sigue intacto, total ¿para qué quiere mostrarlo? Ya tiene el suyo, el que él le da.

El segundo hace que Amélie entre en un caos... ¡En un laberinto! La sorprende, la descoloca, se pierde en el chocolate de sus ojos, en sus muecas traviesas, en los recovecos más escondidos de su cuerpo, en sus perfectas manos y en sus incontables caricias. También le crea miles de miedos a la pequeña Amélie, pero hace que su corazón se abra, se muestre... Hace que Amélie ame.