30.5.11

Frasco




Algunos me toman por loca, me miran de forma estridente, supongo que he cambiado bastante, no lo sé, ya no puedo mirarme en el espejo. Sé que mi piel está mucho más oscura desde que el sol me golpea todos los días, y la sal ha hecho que mi pelo ya no esté suave ni brillante, me abrigo de las algas que encuentro, no son comparables con tus brazos, pero al menos no arañan. Por la noche suelo descansar entre las rocas y cuando amanece me dejo arrastrar por las diminutas piedras que componen la playa, mis pies se hunden en ellas, me recuesto y el sol se pasea por mi cuerpo. 
¿Sabes? Ahora estás en un pequeño cilindro de cristal. Lo he llenado de tus distintas caras, de tus palabras y de tus despedidas.  Todavía busco algo con lo que llenar mis ojos y siempre vuelvo ha agarrarte, me alimento de momentos vacíos, los sostengo con mis manos.
Si estoy nerviosa te zarandeo un poco, no sé a lo mejor así me prestas atención. Me gusta tenerte al lado cuando nos iluminan los astros, imaginar que en otra galaxia podríamos estar tú y yo, revolcándonos por las dunas mientras que el polvo de estrella nos empapa. Las estrellas se podrían de acuerdo para formar una constelación escribiendo nuestra historia en el cielo. Y sobre todo, yo sería feliz, contigo.
Me he planteado muchas veces dejarte en la orilla y que el mar decida, pero siempre vuelvo a recogerte. 
Sé que volveré a verte, pero prefiero esconderme en la playa, hasta que yo sea capaz de despedirme de ti.

28.5.11

Hoy




Olvidé de cómo era caminar y levantarse después de haber dormido, me desvanecí. Me olvidé de desayunar, el cuerpo no me lo pedía y mi mente lo ignoró. Cogí la maleta con los ojos entre abiertos, al menos ya estaba hecha. Le dirigí la última mirada a mi casa y a la estación, y se me pasó marcar el número de teléfono para avisar mi marcha. Me olvidé de pintarme las uñas y los labios de rojo, no me puse mi pulsera favorita ni el reloj, me olvidé del tiempo. Tan sólo escuchaba el sonido de los pasajeros al susurrar sus palabras agrietadas por las despedidas y las ilusiones de los que emprendían un viaje esperado. En mi caso, no recuerdo a dónde me dirigía, observaba el sol del atardecer mientras su luz me iluminaba las pestañas. Cerré los ojos. No me gustan las lágrimas ni las sonrisas torcidas ni el humor estúpido. Por eso, siempre evitaba el acordarme de las personas. Me olvidé del por qué me iba.
Me olvidé que estaba esperándote a ti, a ver si aparecías… 

23.5.11

Circo



Davinia era una mujer admirable, su cuerpo compartía semejanzas con la guitarra española, tenía la mirada cubierta de suspicacia, los labios hambrientos, su pelo cobrizo y los rizos adornaban su cuello. Ella procedía de Sevilla, una pequeña provincia al Sur de España. Sentía que su hogar se encontraba allí, sin embargo lo que más le gustaba era viajar, y amaba que su trabajo le impulsara a hacerlo. Era bailarina, más bien la “bailarina de fuego”, así se hacía llamar y así la conocían. Los aplausos la llenaban mientras ella se deslizaba sobre el escenario hasta flotar en el aire denso. Había pertenecido a más de diez circos de casi todos los rincones del Sur de Europa. Davinia era todo un espectáculo y todos los directores la querían, pero ella era una persona muy inestable, necesitaba cambiar de rumbo cuando se acostumbraba a una rutina.

Su última parada y la más significativa resultó ser en Italia. El ambiente y el ritmo arquearon las cejas de Davinia, y entró en él. Cautivó a todos los miembros y despertó el deseo de un joven trapecista. Tenía las piernas finas y ágiles, su mirada era gélida,  penetrante y sus manos semejantes a las de un titiritero. Eran bastante opuestos, pero se fusionaban de forma lasciva. La piel ardiente de ella derretía su tacto de hielo y las manos de él la manejaban cuando su fuego amainaba. Se dedicaban las noches y los fuegos artificiales eran testigos de su lujuria. Un día al trapecista se le ocurrió subir a Davinia a su cuerda. Ella se tambaleó más de una vez, él hizo amago de sostenerla, más que intento fue puro teatro, y balanceó a la bailarina sobre la cuerda. Ella hizo el esfuerzo de mantenerse erguida y procuró que no la tocase, pero ya era dueño de sus hilos. Finalmente perdió el equilibrio y Davinia se estampó contra el suelo.


Ya ves… él era un experto trapecista y ella sólo expulsaba fuego por la garganta


21.5.11

She's so lovely.



Se apresuraba el atardecer por las calles de Madrid y yo me encontraba desvalido y desanimado, con mi moleskine bajo el brazo, estaba en blanco, al igual que mis ideas.
Deambulé por los parques, las estaciones, las plazas, incluso por las diminutas callejuelas que se esconden por la ciudad, con la mera esperanza de que la inspiración tocara mi puerta.
Cuando sumido en mis pensamientos tuve la torpeza de caerme al suelo, y todo lo que sostenían mis brazos se deslizó por mis manos, cayendo conmigo, esto lo hizo aún más ridículo. Sin embargo, apostaría a que fue la caída más efectiva. Al levantarme chocó contra mi rostro, acariciándome la piel, extendiendo mis ojos, llegó la inspiración. Dándome mi moleskine y dedicándome una tímida mueca. Me quedé perplejo y le rogué que me brindara unos minutos que necesitaba para retratar las pequeñas curvas que caracterizaban su rostro. Ella al principio se negó, se excusaba con que tenía el pelo revuelto y los ojos cansados, pero fue tanta mi fascinación y mi insistencia que cedió a mis suplicas.

Lo que Mario no sabía era que estaba protagonizando uno de los momentos más especiales de la vida de Elena. Trazó cada facción con suma delicadeza, resaltando la belleza de sus pómulos y haciendo más inmensos e increíbles sus ojos bosque. Mario tampoco era consciente de que Elena no era de las chicas que se paran a mirarse en cualquier cristal que ven por la calle y tampoco ponía especial esmero en arreglarse, no soportaba las fotos y evitaba enfrentarse al espejo. Si Elena fuera retratada por ella misma el papel estaría arrugado y lleno de manchas por las veces que pasaría la goma sobre este, lo más seguro es que acabaría en la basura, despedazado y triturado. Porque Elena no apreciaba sus pómulos rosas ni sus ojos verdes que tantas personas envidian. Tampoco valoraba su cuerpo, y Mario supo deslizar el lápiz con tal precisión que su cuerpo quedó inmortalizado como lo bello, fino y perfecto que era.

Al finalizar su obra, se la mostró orgulloso, y para su sorpresa, los ojos de Elena se encharcaron empapando sus mejillas, las curvaturas de sus labios se elevaron y su lengua articuló un leve: “Gracias…”
Mario se levantó del banco, recogió su moleskine, le entregó su retrato y se fue.
No sin antes girarse para ver a Elena.


Y el brillo del atardecer se reflejaba en su sonrisa.




Sé que quizás sean pocas personas las que me lean. Pero este relato va dedicado a todas las chicas. 
¡Un beso! 

16.5.11

00:00





Rufus, te he dicho que te vayas ya a la cama. No, no te voy  dar… ¿Esto tiene nombre? Se supone que son fideos, pero tienen una pinta asquerosa, quizás hasta te lo acabo dando. Maldita comida pre-cocinada... Será mejor que ponga la radio ¿Qué me dices Rufus, alegramos este aburrido departamento? Y mientras se sintonizaba la radio les interrumpió el sonido del microondas. Como un completo iluso creí ver tus rizos yendo hacia el microondas, eras tú quien compraba la comida para calentar, no te gustaba cocinar. A mí antes me gustaba, pero ya ves, ahora he perdido las ganas. Zarandeó la cabeza, se frotó los ojos, cogió la sopa de fideos y se sentó en el sofá. La radio sintonizaba una cadena de música clásica, no estaba mal, le tranquilizaba. Volví a verte, estabas al lado mío, esta vez, recostada en el sofá.- Te ofrecería los fideos pero no creo que quieras comer esta bazofia jaja- Rufus empezó a ladrar, y se levantó del sofá. Dios… me siento como un verdadero maniaco. ¿Dónde estás?

Y entonces caí… Ella no iba a sujetar mi sonrisa eternamente. Ni iba llenar cada amanecer con sus cereales, ni cada atardecer con el té moruno que siempre compraba, y mucho menos iba ha aparecer con el vino blanco y la música de blues por la noche. Tendría que conformarme con “mirarla” tras la pantalla,  pulsar las teclas por si algún día contestaba, marcar el teléfono para después colgarlo, y quedar como el estúpido que soy. Realmente no pude ni quise darme cuenta de que hasta ella sería efímera,  que estaba desgastando mis sábanas, y estaba predestinado que se iría desde que se me ocurrió amarla. Mientras mis manos sostenían las suyas, ella me clavaba las uñas.  

13.5.11

Soirée



La primavera recae sobre mí y como cada año me paseo por las calles de la nostalgia, compruebo que todo sigue en orden. La cafetería de la esquina, donde sirven un café de mierda, la librería de la mujer amargada a la izquierda y a la derecha… Ahí está, lo que antes era un pub de Jazz ahora se ha convertido en un vulgar antro donde van los miserables, desconsolados y sombríos hombres. Y para qué vamos a engañarnos, también voy yo, de vez en cuando. Algunos desahogan ahí sus fracasos, otros su resentimiento causado por una infidelidad, es lo más común, o sino van allí para romper su monótona rutina, aunque esta se acaba convirtiendo en otra.
A mi me gusta sentarme solo, y de vez en cuando se acerca alguien, porque el alcohol lo ciega de tal manera que necesitan descargarse con cualquier desconocido. No me importa, al menos me sirve para después escribirlo.
Yo voy ahí porque aunque parezca una persona cuerda, soy un completo chiflado, preso de un recuerdo.  

Era ya la madrugada y el piano nos acompañaba en aquel viejo pub de Jazz. Escuchaba como  las teclas del gran pianista iban acorde con mi pulso. Ya ni recuerdo cuantas personas se encontraban esa noche conmigo, puesto que mis sentidos sólo atendían al movimiento de su pelo, a los dibujos que producían su perfume, los cuales  se acercaban y jugaban con el aire que me rodeaba hasta llegar a mi nariz.

Joder… Podría haberse congelado el tiempo, o sino, congelarme yo mismo y solidar mi cuerpo en ese asiento de cuero, que las demás personas sigan con sus respectivos destinos después de esa noche. Sin embargo, yo quedaría sellado en carne viva, y si hiciera falta que me disequen, que se detenga mi corazón o que se me seque la garganta hasta que el aire me falte y  mi cuerpo deje de funcionar. Porque… ¿Sabes? Desde ese día, ya no soy el mismo. Porque no hay minuto en el que no pase por esa calle, que no me detenga en las vidrieras de los bares, que no te busque en el metro, en los autobuses, incluso en los cristales de los coches. En las librerías, bibliotecas. No me canso de preguntarles a las personas, de mirar las guías telefónicas y las redes sociales.
Y aquí estoy, en este antiguo apartamento de la calle 44, escribiéndole a quién seguramente ya ni recuerda mi nombre, deseando encontrar la silueta que me dejó atrapado en esa escena de mi vida. Porque yo sí me acuerdo de sus ojos rasgados y oscuros, su pelo recogido, negro, desenvuelto, de sus labios finos y de su vestido azul oscuro con flores violetas.
Yo si me acuerdo de ti, Mer.  

5.5.11

Finito




Entonces… ¿Qué hay de cierto en nuestras palabras al rozarse? Se deslizaban por mis labios hasta que estallaban en tu boca, se enredaban en el camino con las tuyas, formando un bonito y caótico baile.
Porque hubo más transparencia y sinceridad en nuestros silencios compartidos, cuando me bebía gota a gota tu sudor hasta dejar tu piel deshidratada. Nuestros cuerpos estaban en paralelo y los músculos pronunciaban un perfecto acorde.
Pero el aire que se desprendía por mi boca no fue capaz de formar las palabras adecuadas, sólo entendía de respiraciones entrecortadas y de jadeos compulsivos, esos que se escapan sin permitir que los detengan o los suavicen.
Mis suspiros se desvanecieron en el espacio y mi subconsciente sólo se acuerda del sonido de tus zapatos y de tu bragueta. Sin olvidar el estruendoso cierre de telón que provocaste en esta obra.
¿Sabes? A veces… mi piel me pregunta por ti.