5.8.11

Cuando la vida te da un soplo de aire fresco




Elle como cada mañana, se disponía a salir de su casa, bajar hacia la estación de metro y subirse lo más pronto para poder sentarse y seguir leyendo su novela. Sin embargo, ese día, se encontraba de lo más nerviosa. Sus labios estaban fruncidos y sus ojos podrían haberle dado a quien se cruzara una descarga eléctrica. Se subió al metro sofocada y se sentó en el primer asiento que vio libre. Abrió su novela y comenzó a leer. De repente Elle se empezó a poner muy nerviosa, notaba como un anciano la observaba de pie, -seguramente porque querría mi asiento-pensó. También sentía que todos estaban pendientes de lo que hacía. Se tocaba el pelo, se miró en el espejo del reloj, miró extrañada para todas las direcciones. Suspiró con la cabeza gacha, hoy no era su día. En su pecho sentía rabia porque ella no solía ser una persona que vive enfadada, pero ese día, los nervios agitaban todo su sistema, y no entendía bien el por qué.  Interrumpió sus pensamientos el anciano, sentándose al lado suya y diciéndole: -Verá, yo no la conozco  dudo que algún día tenga el placer, pero observe, las inquietudes pasaron por mi rostro, y dejaron su marcan, ahora su huella reside en mí, y  son visibles, al igual que los desvelos en tus ojos. – Le apartó el pelo- Mire, no deje que sus impaciencias pronuncien su frente, ¿Sabe? El paso del tiempo hace que no podamos evitar que se forme una gran hilera de años en los mofletes, pero eso usted ahora, no lo tiene. Su piel es lisa y pura como la porcelana. Así que disfrútela y despierte sus facciones. Elle se quedó muda, el desconocido volvió a dirigir su mirada al periódico y ella se levantó y salió del metro. 
Y al salir el sol encendió sus pestañas. 

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