3.4.11

Moon




Desde mi ventana veía el azul oscuro de la madrugada, y las pequeñas luces que lo adornaban. Mis ojos, ya cansados, sostenían mis parpados que suplicaban un inmediato descanso. Pero para su sorpresa, algo los despertó de sobremanera, dilatando sus pupilas. Giré la cabeza bruscamente, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, hasta que vi que estaba en frente mía, delante de mis propios ojos.
Era una silueta femenina, brillaba con una intensidad magnética. Forcé mis pupilas y me froté los ojos más de una vez, nunca vi nada semejante.
Sentí el terrible y es desesperado deseo por acercarme a ella. Y sin pensarlo me dispuse a salir de mi casa. Me palpitaba el pulso con tal rapidez que hubiera sido capaz de saltar por la ventana. Pero intenté controlarme, y salí a buscarla.
Caminé hacia ella lo más rápido que pude aun sin saber qué decirle o cómo tratarla, había perdido completamente la cabeza, me sentía como Manrique en la leyenda de Becker “El rayo de luna”. Pero esta vez, sabía que ella existía porque la vi, por fin, y la miré de una forma casi táctil.
Pero cuando quise atreverme a tocarla, mi mano chocó contra una pared fría y densa. Ella me sonreía con picardía y dulzura, (quizás no era consciente de esa cápsula que la rodeaba) pero yo si, y me enfurecía que se interpusiera ese muro luminoso y asqueroso que apartaba mi piel de la suya. 
Perdí los nervios. ¿Por qué esa distancia? ¿Por qué esa frialdad? En ese rostro con facciones tan delicadas y rasgos tan dulces…
Ella no me dejaba entrar, no se atrevía a levantar esa barrera y yo comenzaba a desesperarme. Cuando de repente, con una mirada triste e insegura, me ofreció su mano. Sonreí orgulloso, y la agarré con fuerza. Pero al mostrarme lo que había detrás del muro, me asusté.
Me encontraba perdido, en un laberinto de hielo, donde ella decidía que puertas abrirme y cuales cerrarme, algunas acciones sin sentido y otras quizás me las mereciera.
Trataba de saber la solución a ese enigma, a ese puzzle. Notaba como me enfurecía cada vez más y bruscamente rompí más de una pieza.
Lo único que yo quería era poseerla y que me desease tanto como yo  a ella. Pero siempre había puertas que cerrar, aunque me abriera otras tantas y pensaba que por fin saldría de allí, podría sostenerla en mis brazos y desgastarle los labios.
Me di por vencido, me sentía inútil y un pelele, dejé de buscarla.

Tardé bastante en darme cuenta de lo frágil y débil que era ella, y lo cerca que yo estaba de su corazón. 

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